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Ficción

La gruta*

232Vagué mucho tiempo por esa gruta buscando la salida. El nahual Artemio cuenta que, la primera vez que su benefactor lo llevó a una cueva de poder, se quedó boquiabierto. Qué hombre de conocimiento, se dijo pensando en su benefactor, mientras contemplaba un espectáculo psicodélico en la oscura bóveda de la caverna. Yo no tuve ningún benefactor. Me sentí siempre un huérfano espiritual. Así que no entendí aquel viaje psicodélico sino hasta el año 2023 cuando pude recapitular en mi cueva. Es realmente así. La oscuridad de una cueva es el espejo de la propia noche. Como el mundo diurno, un destello que nos parece ajeno. Pero en la oscuridad de las cavernas, no hay tiempo ni espacio porque se está solo, frente a la inmensidad de la nada, convocando todos los tiempos y todos los espacios. Ahora soy el brujo del 2023 que recapitula en su gruta personal. Puedo verme niño auscultando esa nada, confesándole a mi madre mi anhelo de terminar con todo. Ahí está mamá, en 1992, consiguiendo una consulta psicológica en un centro cristiano. No funciona. Demasiado lejos el consultorio. Ahora mi madre habla con una hermana de la iglesia que es terapeuta. Me recibe en consulta en uno de los salones del templo. Es 1993 y estoy dando vuelta al final del pasillo del templo; tropiezo con la hermana terapeuta. Levanto la mirada al subir las escaleras del templo; tropiezo con la hermana terapeuta. Corro detrás de los amigos en el patio del templo; tropiezo con la hermana terapeuta. Me siento observado. ¿Es ella un ángel de la guarda? Tampoco funciona. Ahora la hermana terapeuta es solo una estalagmita en las sombras de la eternidad. La oscuridad de la gruta se la devora. Desciendo a una hondonada. Me encuentro con el terapeuta judío y su secta de coaching. Mucha gente desfila por ahí. En la zona más profunda, el relieve es más escarpado. El terapeuta judío está enfermo de sida. El sarcoma en su pie es tan grande que no hay zapato que pueda contenerlo. Ahora es más grande. La gente que lo cuida rompe sus pantalones. Es la única manera de vestirlo. Estoy en su velorio en 2003. Mucha gente le llora. Me asomo por un momento. Me retiro. Aunque le guardo aprecio, no siento dolor ni empatía por ninguna persona ahí. La salida de la hondonada es un lento cambio de panorama. Creo que ya la he dejado atrás. Falso. Aún hay mucho por subir. ¿Salí alguna vez de la hondonada? Estoy estudiando música. Amo tanto la música. Pero no tanto a los músicos. Frecuentemente me siento fuera de lugar entre ellos. ¿Será que no pertenezco aquí? 2004 en la clase del profesor Gabriel. Habla sobre el negocio de la música. Levanta una ceja y la barbilla al mismo tiempo. Creo que está inspirado. Menciona a Víctor Frankl y su teoría del sentido de la vida. Siento un flechazo. El pecho se me calienta. ¿Sigo en el agua fría? Con temor a la muerte, dejo la música. Me inscribo en psicología. Durante el curso propedéutico, los mismos ejercicios empleados por la secta. Sí, sigo en la hondonada. 2005 dentro de un departamento de la colonia Roma, a dos cuadras de la glorieta de Insurgentes, muchas personas rezan decretos en voz alta. Son adeptos de un culto metafísico que cree en el poder de ángeles y maestros ascendidos. Y rezan para invocar su poder. El bisbiseo es tan fuerte que se asemeja al zumbido de una colmena de avispas. Yo los escucho desde otra estancia. Estoy tomando un curso de inducción. Esos ángeles y maestros ascendidos pintados en cuadros, en impresiones de mala calidad sobre tarjetas plastificadas, con esos colores pastel, mostrando sus dulces sonrisas, sus ojos profundos de sabiduría, sus semblantes de serenidad son de tan mal gusto. Ahora estoy con los adeptos invocando su poder. Cierro los ojos y los veo. Son los mismos de los cuadros, pero tienen ojeras y su expresión es sombría. La piel de la espalda se me enchina. Abro los ojos. Me esfuerzo por visualizarlos sabios y sonrientes. Las ojeras regresan. Pienso que algo estoy haciendo mal. Me esfuerzo por verlos mentalmente tal cual están representados en sus tarjetas. Las ojeras regresan. Y regresa también esa misma náusea causada por los ángeles de la guarda. ¿Eran ellos? ¿Fueron siempre ellos? Me alejo con profundo recelo. ¿Sigo en la hondonada? 2006 a bordo del microbús. Sostengo conversaciones con seres extraños. En ese trayecto, los contornos de la gruta resultan mucho más visibles. Es hora de bajar, me dice la chica sin nombre. Pero ya no quiero bajar, le digo, quiero salir de la hondonada. No, es hora de bajar, insiste. Abro los ojos. Avenida Monterrey y calle Guanajuato. Es hora de bajar del microbús. Qué alivio dejar el tumulto del transporte público. Pero hace frío. Cruzo los brazos para calentarme mientras avanzo. Funciona. Las calles de la colonia Roma son menos frías. Y son tan hermosas. Además no estoy solo. Puedo verlo. Junto a mí está el brujo del 2023 recapitulando todo esto. Me siento mejor. Toda esa depresión se está yendo. Puedo sentirlo. El sol brilla con tonos duraznos sobre las nubes. Este mundo es maravilloso. Hacía tanto que no sentía este calorcito en el pecho. ¿Sigo en el agua fría? Una bocina hace sonar una sirena anti bombardeo. Sobresalto. Abro los ojos. Calle Tonalá. Es un claxon. Fíjate, pendejo, me grita una señora. Estoy paralizado frente a su auto en medio de la calle. No sé qué rostro tengo, pero ahora me pregunta con tono mitad sorpresa mitad preocupación si estoy bien. Reinicio la marcha sin responder. Entro al salón. Tarde otra vez. Sara, la profesora, ya ni se sorprende. La banda de mielina permite que los impulsos eléctricos se propaguen más rápida y eficientemente. El axón de una neurona transmite el potencial de acción que regula la respuesta de sus tejidos diana. El axón es un túnel del tren subterráneo. Las estaciones son la membrana capaz de transmitir el impulso eléctrico. Entonces las personas abordando y descargando en cada estación son la información neuronal de un ser que la humanidad hace funcionar con sus desplazamientos. Somos impulsos eléctricos. De nuevo un sobresalto. Abro los ojos. Entonces los humanos somos impulsos eléctricos neuronales de un ser que hacemos funcionar con nuestra interacción, le digo a Sara. Pone los ojos redondos. Me mira de lado con la boca ligeramente torcida, ligeramente abierta, el ceño fruncido. Sigue con su clase. Ignora por completo mi comentario. Nadie más siquiera voltea a verme. Voy en el metro rumbo a la librería Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo. Me toca acomodar los libros de ciencias sociales. La jornada laboral termina. Debo redactar un trabajo escolar. Son las once de la noche. Hay al menos tres tipos de empresas consultoras. Están las consultorías de capacitación en rubros técnicos y administrativos, las encargadas de temas motivacionales y algunas de corte espiritual. Las de capacitación logran, sobre todo, implementar cambios operativos que, sin su ayuda, el personal de la compañía tardaría mucho tiempo más en asimilar. Las encargadas de temas motivacionales ofrecen catapultar los talentos de los equipos de trabajo. Las consultorías de corte espiritual trabajan mediante talleres y retiros en los que prometen transformaciones a un nivel mucho más profundo. Bueno, eso dicen sus portales saturados de colores pastel y escenas de jardines, animales que remiten a simbología mística, gente vestida de túnicas blancas, un faro en medio de un océano pixelado, una nebulosa que tiene forma de ojo, electrones girando alrededor de un cerebro que está en medio del espacio sideral, una figura humana meditando con una galaxia en su pecho, personas sonrientes, todas de piel blanca, por supuesto, colaborando en pulcras oficinas, los ángeles y maestros ascendidos, sus ojeras, sus expresiones sombrías, una habitación con tonalidades ámbar café, un monstruo mecánico que baja por las escaleras cada hora a modo de reloj cucú, agua por todas partes, tengo que nadar, un pez vela se encorva y vomita un pez más chico, de la boca de éste sale un pequeño tiburón, el tiburón regurgita una barracuda, la barracuda expele un bebé, el bebé podría ahogarse, tengo que salvarlo, me lo llevo en los brazos, el bebé escupe un charal, una niña perdida también en el agua, la guío hacia la salida de esa casa ámbar café, no mires a las escaleras, le digo, para evitar que la espante el monstruo mecánico cucú, el bebé en mis brazos es ahora un gatito negro, un maelstrom nos pone en peligro, braceo contra la corriente, es más fuerte que yo, grito con todas mis fuerzas. Un sobresalto. Abro los ojos. Ya es tarde. Debo bañarme. En la Glorieta de Vaqueritos dos tipos se golpean. El vencedor aborda el microbús. El vencido, tumbado en el suelo, intenta ponerse de pie con dificultad. El vencedor va colgado de la puerta, su pie derecho sobre la escalera para abordar, su mano izquierda en el asidero de la puerta, seguido de un brazo que rodea a una señora con delantal. Y el resto de su cuerpo al aire. El chofer acelera desde el reposo absoluto, ahora frena, arranca de nuevo, frena otra vez. El hombre colgado de la puerta contiene la respiración. Con la mano derecha pegada al chasis resiste al zangoloteo. Yo también quería subir a ese microbús. Pero yo no peleo. Abordo otro microbús, con otra multitud, otros pleitos, otros jaloneos. Bajo en Calzada Acoxpa y Canal de Miramontes. Subo en la ruta Pemex Coyoacán. La cantidad de personas dentro del microbús es asfixiante. En éste al menos no es necesario golpear a nadie para entrar. Ahora avanzamos sobre Gabriel Mancera. El microbús va mucho más desahogado. ¿Somos impulsos eléctricos neuronales de un ser que hacemos funcionar con nuestra interacción? Tomo asiento junto a la ventana. El cielo otra vez de tonos duraznos, incluso rosas. El paraíso celestial de los ángeles y los maestros ascendidos ojerosos. La chica sin nombre me mira. Tiene una sonrisita. Sonríe también con los ojos. ¿Al fin salí de la hondonada? Abro los ojos. Avenida Monterrey y calle Zacatecas. Debo bajar del microbús. El frío de la mañana. El aire fresco. Estoy a salvo. Creo que sí salí de la hondonada. Miro al brujo del 2023 junto a mí. Estoy a salvo. Abro los ojos. Cruzo Tonalá. Pongo un pie en la banqueta de enfrente. Regreso al mundo detrás de los párpados. ¿Es éste el mundo verdadero? Le pregunto al brujo. Él sólo se ríe. Abro los ojos. Cruzo Jalapa. De vuelta al 2023 detrás de los párpados. Estoy seguro que éste es el mundo verdadero. 2006 es una pesadilla. Pienso que sería maravilloso despertar. Abro los ojos y pienso que abrirlos es contrario a despertar. Doy vuelta en Orizaba. Estoy nuevamente en el mundo detrás de los párpados. La chica sin nombre me acompaña. Ahí puedo sostenerle la mirada con una sonrisa, sin temblar. El brujo se ríe burlonamente. Puedo percibir cierta malicia. Con la boca redondeada en posición de silbar, abre los ojos hasta quedarse sin párpados y aspira como si quisiera sorber al mundo entero. Se come a la chica sin nombre. Ahora entiendo, la chica sin nombre es su presa. No me acompaña. Ella es su verdadero motivo. Estoy horrorizado. Sobresalto. Abro los ojos. Los siento hinchados. Pido permiso para entrar al salón. La clase lleva una hora que inició. La profesora Martha me mira con los ojos entrecerrados. De veras que yo no sé qué va a ser de tu vida, me dice. Menea la cabeza con desaprobación. Profesor, se ve fácil, le respondo. Me siento en cualquier pupitre. La profesora hace como que no existo. Apenas termina la clase, corro al café internet para terminar el trabajo inconcluso, recopilo información aleatoria de los sitios que he localizado, hago breves notas sobre cada consultoría, incluyo mis observaciones sobre la estética de cada una de las empresas, me apresuro con un comentario general al final, qué buen trabajo, excelentes anotaciones, me dice el profesor Alfredo, cita frases que no recuerdo haber escrito, tengo ya que salir rumbo al trabajo, desciendo al metro, la estación subterránea es una gruta, me siento como si fuese apenas un impulso eléctrico neuronal de un ser que hago funcionar a través de la interacción con otros, veo al brujo del 2023, me observa, se ríe maliciosamente, no soy nada, no existo, lo sé yo, lo sabe el brujo, soy sólo un impulso eléctrico neuronal, y nada en este mundo vale lo suficiente para ser salvado, igual siento tristeza, esta pesadilla es mi hogar, el brujo me mira quieto, silencioso, abre los ojos hasta quedarse sin párpados, con la boca redondeada en posición de silbar, aspira hasta sorber todo este mundo, soy un destello, un impulso neuronal.


* Capítulo 4 de una novela autobiográfica aún sin nombre. Para ir al listado de capítulos da click aquí

Acerca de Daniel Villagrán Salazar

El autor de este sitio nació en la Ciudad de México. Conoció la vida junto al mar. Aprendió a tocar la guitarra. Cree que la sociedad sin lucha de clases es posible. A menudo el sueño lo vence en el sofá. Es daltónico.

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